Claude era guapísimo. Sus facciones eran tan simétricas que, cuando, antes de la cita, le envié una foto a mi hermana para que lo viera, me preguntó: “¿Estás segura que es real? Tiene la cara como muy perfecta, ¿no?” En persona, sus rasgos destacaban aún más; nunca había visto unos ojos verdes tan oscuros, eran casi hipnotizantes. Hacían juego con su cabello lacio, oscuro, y su bronceado dorado que lo hacían ver como galán de telenovela. Apenas podía creer que esta era mi cita.
Me saludó con el típico doble beso europeo. Olía delicioso. Lo último que planeaba en este momento era enamorarme de un muñequito, pero tú me pones enfrente un europeo de ojos verdes y a mí se me bota un poquito la canica.*
—¿Tienes hambre? —me preguntó con su acento que, estaba segura, sería un encanto escuchar toda la noche.
—Sí, vamos.
Entramos al salón principal y nos volteamos a ver.
—¿Sabes qué quieres comer?
Le contesté con una sonrisa.
—No tengo idea de las opciones que hay.
—Bueno, pues yo tampoco. Demos una vuelta y veamos qué nos apetece.
Tenía un porte que reflejaba mucha seguridad en sí mismo. Estaba estudiando cuidadosamente cada movimiento que hacía, porque por más guapo que estuviera, no podía permitirme dejarme deslumbrar.
—Bueno, parece que hay tapas, mariscos, cocina típica española y cortes. ¿Qué prefieres? Yo estoy cómodo con cualquier cosa.
—Me parece que mariscos suena bien.
—Vale, vayamos entonces.
La chica del mostrador nos informó que necesitábamos reservación o la espera sería de dos horas. No teníamos reservación ni ganas de esperar dos horas, así que probamos en otros dos restaurantes hasta que encontramos uno donde la espera sería de solo 40 minutos.
Procedimos a sentarnos en el bar mientras esperábamos. Él se pidió una copa de vino y yo pedí un cóctel sin alcohol. Llevaba cinco meses tomando un tratamiento para limpiar un brote de acné que me había salido por el estrés causado por mi divorcio, así que el alcohol no estaba en el menú y acá entre nos, ni siquiera lo extrañaba. Mi piel había mejorado muchísimo, pero aún no me atrevía a salir sin maquillaje a ningún lado. Me estaba costando mucho hacer las paces con mi imagen, pero estar en una cita con un chico tan guapo me hacía sentir validada y tranquila, justo lo que necesitaba mi autoestima.
—Cuéntame, Laura, ¿qué te trajo a Barcelona?
—Un tren. —Bromeé, y él dejó escapar una risa ligera—. Vine porque me gusta la ciudad, entonces quería pasar un tiempo aquí. Hace algunos meses dejé mi trabajo de oficina y empecé un proyecto que me permite moverme a mi antojo por el mundo, así que este fue un sitio al que quería volver.
—¿Ya habías estado aquí?
—Sí, el año pasado estuve aquí por solo un día y quedé enamorada de la vibra, los edificios, la playa, la energía, todo... Sentía que me llamaba de vuelta, así que en cuanto tuve la oportunidad empaqué mis cosas, busqué un voluntariado y crucé el océano. ¿Y tú? ¿Qué te trajo a Barcelona?
—Un coche. —Me reí. ¿Sentido del humor? Me encanta—. Vine aquí por trabajo, abrieron una nueva oficina en Barcelona y estaba en un momento de mi vida en el que necesitaba un cambio. Mudarse fue la solución perfecta.
Mi intuición saltó. ¿Acaso huía, así como yo? Moría por preguntarle de qué estaba huyendo, mas no era momento de entrar en preguntas profundas, así que opté por una mucho más ligera.
—¿Dónde vivías en Francia?
—En París. Viví ahí durante ocho años.
Nos vimos interrumpidos por un mensaje de texto para avisarnos que nuestra mesa estaba lista. Él pidió la cuenta y esperé unos segundos antes de hacer el ademán de tomar mi bolsa para buscar mi tarjeta, pero él inmediatamente me detuvo y pagó. Sonreí para mí misma. Puedo ser muy feminista, pero sigo creyendo que en una primera cita el hombre debe pagar. Parte de sanarme el corazón era no aceptar nada menos que tratamiento de princesa, así que le agradecí y caminamos al restaurante.
Sentados a la mesa retomamos nuestra conversación.
—Claude, ¿puedo preguntar qué ocurría en tu vida como para necesitar un cambio de país?
—Bueno, te cuento, pero también está pendiente la conversación que dijiste que tendríamos durante la cena, así que no creas que la dejaré escapar tan fácil.
Me puse nerviosa. La “conversación para la cena” era admitir que estaba recién divorciada. Ahora que lo pienso, no hace falta mencionar mi divorcio en ninguna primera cita, pero en este momento, retomando esta parte de mi vida, sentía que debía hacerlo. Como si tuviera que dar una advertencia para que nada lo tomara por sorpresa, o tal vez era yo que necesitaba escucharme a mí misma diciéndolo en voz alta para poder asimilarlo. Creo también que influía mucho el hecho de que era prácticamente imposible contestar a la pregunta “¿por qué te fuiste a vivir a Canadá?” sin mencionar a mi ex. Da igual, ese tema inevitablemente salía en la conversación y tenía que aprender a abordarlo con naturalidad.
—La tendremos, pero yo te hice la pregunta primero, así que cuéntame, ¿por qué te fuiste de París?
—De acuerdo, te digo, pero con la condición de que no termines la cita inmediatamente. —Me quedé en silencio un momento; mi curiosidad estaba picada.
—Okay, haré lo mejor que pueda, pero si estás huyendo de la justicia probablemente llame a la policía. —Se rió durante unos segundos y después hizo una mueca resignada.
—Terminé una relación de ocho años y a los pocos meses se presentó la oportunidad de mudarme a Barcelona. No lo pensé dos veces y la tomé. Hoy cumplo un mes de haber llegado aquí.
Me quedé muda. Así que él también había tenido un compromiso mayor que acababa de terminar.
—¿Y tú? ¿Qué haces tan lejos de casa? ¿De qué estás huyendo?
Tanto la respuesta como la pregunta de Claude me habían tomado por sorpresa y reí.
—Pues yo me acabo de divorciar.
Decirlo en voz alta se sintió como un peso quitado de encima.
Claude me miró con media sonrisa, como si lo hubiera visto venir.
—Salud por eso. —Dijo mientras acercaba su copa a mí.
—Salud por tu primer mes en Barcelona. Espero que esta ciudad te traiga cosas tan bonitas como a mí.
—Creo que lo está haciendo, ya tengo algo precioso frente a mí.
Sonreí cohibida. El coqueteo me había tomado por sorpresa, pero ese salto en mi estómago era inconfundible: me gustaba el hombre.
El resto de la cena transcurrió divinamente. Me contó sobre su vida en Francia e hizo preguntas sobre mi vida en México, me habló de sus viajes por el mundo, de su trabajo, su familia… Hablamos sobre nuestra comida favorita, y le dije que la comida india había sido mi salvavidas en Canadá.
—Pues qué casualidad, porque mi jefe nos acaba de recomendar un restaurante indio y estoy planeando ir a probarlo. Me gustaría hacerlo en compañía si estás libre.
—Me parece que tengo tiempo el jueves o el viernes de la semana siguiente. Este fin de semana iré a Tarragona a visitar a un amigo.
—Vale, me parece perfecto.
Al final de la cena pedimos dos postres y los compartimos entre risas. Esta era la primera cita que genuinamente había disfrutado. Claro que tenía mucho que ver con que el muñequito era guapísimo, pero también era inteligente y tenía un sentido del humor que combinaba perfectamente con el mío.
Al llegar la cuenta, él la tomó. Le pregunté si estaba seguro, ya que sabía que para muchos europeos la costumbre era irse a medias, pero él insistió.
—Yo cubriré esta cuenta, y si quieres, puedes pagar la semana siguiente. —Asentí con una sonrisa; era oficial, teníamos una segunda cita.
Salimos juntos del restaurante, y me acompañó a mi parada del metro. Por primera vez estaba dispuesta a pensar en la posibilidad de darle un beso a alguien en una cita. Llegamos a donde nuestros caminos se dividían, y nos miramos a los ojos durante un par de segundos. Él habló primero.
—La he pasado muy bien hoy. Muchas gracias por venir.
Mis oídos podrían acostumbrarse fácilmente a su acentito delicioso.
—Gracias a ti por la cena, yo también la pasé bien.
Nos miramos de nuevo y se acercó un poco a mí. Mis instintos tomaron el control y acerqué mi mejilla a la suya para despedirnos con el mismo beso doble con el que nos habíamos saludado. No habría beso en la boca, al menos no hoy.
Nos dimos un abrazo ligero y tomé el metro de vuelta. ¡Mi primera cita exitosa! Durante el camino, le mandé audios a mi mejor amiga para contarle todos los detalles. Al menos durante algunos días, este sería mi nuevo tema favorito.
Al volver al piso, Thais ya estaba dormida. Tendría que esperar al día siguiente para contarle cómo me había ido; me urgía hablar de Claude con cualquiera que estuviera dispuesta a escucharme. Me subí a mi litera y me fui a dormir con una sonrisa. Caí en un sueño profundo casi inmediatamente.
Estaba de vuelta en el restaurante, pero había algo extraño. La música estaba muy alta, demasiado alta, casi como para reventarme los oídos. Venía del baño, caminando de vuelta a la mesa. Tendría que decirle a Claude que sería mejor ir a otro lugar porque no podríamos escucharnos. De pronto, unas luces rojas inundaron el salón y la gente se levantó a bailar entre empujones. Desorientada, trataba de encontrar el camino, pero parecía que daba vueltas en círculos. Algo magnético me jalaba hacia atrás a cada paso que daba. Sentí una mirada que me detuvo el corazón y me di la vuelta.
—Hola, ami. ¿Me extrañaste? —Esa voz que tanto añoraba escuchar me tumbó el alma al suelo.
—¿Qué haces aquí? —Horrorizada, caí en cuenta de que ya no estaba en el restaurante; estaba de vuelta en la discoteca, pero esta vez el ambiente se sentía denso, como si la tensión pudiera colapsar el techo en cualquier momento.
—Aquí vivo. En el castillo que me construiste en tu mente, soy el rey. ¿De verdad creíste que por salir con unos cuantos hombres me ibas a olvidar? —Se acercó a mí y su aliento intoxicante me nubló la mente—. No te puedes deshacer de mí tan fácilmente. —Puso sus manos en mi cintura y me besó dejándome aturdida. Se dio la vuelta, para desaparecer entre la multitud.
Estaba paralizada. Sin previo aviso, el mismísimo mar Mediterráneo empezó a brotar de mis ojos mientras la discoteca se disolvía a mi alrededor.
—Laura, você está bem? Vai cair!* —En medio de la oscuridad, la voz de Thais me trajo de vuelta a la realidad. Mi almohada estaba empapada—. Você está chorando?* ¿Qué pasa? ¿Claude hizo algo mal?
—No, Thais, estoy bien, solo tuve un mal sueño —dije tratando de hilar las palabras mientras recobraba el aliento.
—¿Extrañas a tu familia?
—Sí, pero no fue eso. Estaba soñando con el chico de la discoteca.
Glosario
*Se me bota la canica: Pierdo la cabeza.
*Você está bem? Vai cair!: ¿Estás bien? ¡Te vas a caer!
*Você está chorando?: ¿Estás llorando?
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