Llevaba un par de días hablando con él. Claude, francés, 30 años y ridículamente guapo. Tenía apenas una semana más que yo en Barcelona, antes vivía en París y se acababa de mudar. Lo primero que me llamó la atención sobre él, aparte de su cara, fue su puesto de trabajo. Decía: especialista en marketing internacional. Sonaba parecido a lo que yo hacía, por lo que abrí la conversación preguntando: "¿A qué se dedica un especialista en marketing internacional?". Me contestó en un español muy básico y me comentó que eso sería más fácil explicarlo en inglés, así que le dije: “Go ahead.”*
Te soy franca, no recuerdo su respuesta o mucho de la conversación en sí, solo recuerdo que al paso de los días de hablar con él, hizo una pregunta a la que le contesté: "Esa es una conversación para la cena". Acto seguido, me invitó a cenar la semana siguiente.
Me sentía en las nubes, era el primer chico con el que realmente me emocionaba salir. Le conté a Thais, mi compañera de cuarto, y le enseñé las fotos.
—¡Es muy guapo! ¿Qué te vas a poner?
—¡No sé! No venía preparada para esto y solo traigo tenis, pero los voy a lavar y me voy a poner un suéter y mi saco beige.
—¿A dónde van a ir?
—¡No sé! No hemos quedado en ningún lugar porque ninguno de los dos conoce la ciudad.
Thais y yo nos reímos de lo absurdo que sonaba, y al día siguiente Claude me escribió de nuevo.
—Hola, tengo que admitir que no tengo idea de a dónde ir porque llevo muy poco en Barcelona, así que cualquier sugerencia es bienvenida.
—¡Vale! El otro día, caminando por la ciudad, di con un lugar que se veía lindo. No tengo idea de cómo esté, pero podemos probarlo. Mira, esta es la ubicación. ¿Qué te parece? —Le envié la ubicación de El Nacional. Hace unos días, en una de mis tantas vueltas por Barcelona, di con ese lugar por casualidad. El interior me pareció increíble; era como una especie de salón con techos muy altos, donde había al menos cuatro o cinco restaurantes, un bar en el centro y una tienda de helados. Me moría de ganas de probar el helado, pero ya estaban cerrando, así que me prometí volver en otra ocasión.
—Perfecto, se ve bien. ¿Te parece que nos veamos ahí el miércoles a las 8?
—Me parece bien, nos vemos.
Y así como así, tenía una cita con un chico guapísimo en Barcelona. Pero, a pesar de estar emocionada, mantenía los pies sobre la tierra.
Durante la semana siguiente, Claude se apareció en mis mensajes un par de veces para preguntarme qué tal había ido el día. Finalmente, llegó el martes y me escribió para decirme: "¡Espero que estés bien! Nos vemos mañana en El Nacional. Me hace mucha ilusión conocerte". No te voy a negar que sentí un jaloncito en el corazón y un brinco en el estómago, pero a mis 29 años ya tenía claro que el mensaje de un extraño, por más bonito que pudiera ser, no significaba nada.
Una de las diferencias más grandes entre salir a citas en mis 20's y mis casi 30's ha sido el nivel de ilusión con el que acudo a dichas citas. Cuando conocía a algún chico en los primeros años de mis 20's, siempre guardaba en la mente la posibilidad de que estuviera conociendo al amor de mi vida, lo que invariablemente me provocaba una fiebre de romance de película que me dejaba decepcionada si las cosas no funcionaban. Con esa mentalidad conocí a mi exesposo y, efectivamente, fue un romance digno de película. Pero ahora, a mis casi 30 y después de haber visto que al final la película había acabado en divorcio, mi mentalidad era muy distinta.
Por esta razón, seguí expandiendo mi catálogo de posibles citas; tenía claro que una primera cita no significaba nada, y si por alguna razón el chico no me gustaba en persona, tenía que tener opciones para seguir adelante con mi experimento social.
Te voy a ser honesta, había muchos chicos guapos para escoger y no recuerdo a la mayoría. Más que un menú, era un buffet internacional, pero como en todo buffet, si comes de más acabas asqueada y sin ganas de volver a ese restaurante.
Podría perder el tiempo contándote la infinidad de conversaciones vacías que mantuve con desconocidos, pero la mayoría las he olvidado. Las aplicaciones de citas han hecho que conocer gente sea mil veces más sencillo, pero encontrar pareja se ha vuelto cien mil veces más complicado. Tener un catálogo eterno de solteros disponibles hace que pases horas tratando de ver todo lo que está ahí afuera con tal de no perderte nada.
Fue así como, en una de mis sesiones interminables de deslizar sin sentido, encontré a Giovanni. Neurólogo italiano y estúpidamente guapo. Hablaba siete idiomas y, por lo que sus fotos mostraban, había viajado bastante por el mundo. Deslicé hacia la derecha. ¡Menudo match! Obvio. Honestamente, el chute de dopamina que recibía mi cerebro cada vez que veía que le había gustado a alguien se estaba volviendo adictivo.
Inicié, pues, la conversación con una pregunta que me rondaba la mente: "¿En qué idioma piensas?". No hubo respuesta inmediata, así que seguí viendo el catálogo.
De repente, un perfil me llamó la atención. La sonrisa del chico era tan cálida que me hizo sonreír a mí también. Vi las fotos: otro viajero más, pero se estaban volviendo mi tipo de cita favorita porque tenían historias para llenar cualquier conversación. Lo que realmente me había hecho detenerme era su biografía.
"Sobre ti: Cuando un niño te mira por la calle no puedes evitar sonreír, tu respuesta a un plan improvisado sería ¡claro! Conversaciones sobre emociones te inspiran.
Sobre mí: La vida como aprendizaje. Me gusta conocer desde la esencia, escuchar y empatizar. Bastante de mar y montaña.
Nos llevaremos bien si eres de sonrisa fácil e intuitiva"
No había visto antes que alguien hablara del tipo de persona que quisiera conocer. Dudé un momento; sentía que ya tenía más chicos en mi lista que días en mi viaje, pero David tenía unos ojos azules preciosos que me hicieron deslizar hacia la derecha. ¡Menudo match!
Me sentí atrevida y decidí enviarle este mensaje para iniciar la conversación: "Hola, David, creo estás hablando de mí. Sonrió hasta en momentos que no debería y mi risa es bastante imprudente. Cuéntame, ¿cuál ha sido tu destino favorito hasta ahora?". Pasaron unos minutos y tampoco tuve respuesta así que decidí irme a dormir.
Al día siguiente, me desperté emocionada por mi cita con Claude. El día transcurrió normal: acudí al centro donde iba de voluntaria y, al terminar el turno, volví al piso lo más rápido que pude para ducharme y maquillarme. Me puse bonita, me despedí de Thais y me puse en camino.
Abrí la aplicación para asegurarme de que el plan seguía en pie, como habíamos quedado esa mañana. Entre el mar de conversaciones, vi que tenía dos mensajes nuevos: uno de Giovanni y otro de David. Aunque me causaba intriga ver sus respuestas, estas tendrían que esperar porque justo iba camino a una cita. Recibí un nuevo mensaje de Claude: "Hola, Lau. Te espero en la puerta del restaurante. Estoy usando un pantalón negro y una chaqueta beige". Le hice saber que me parecía divertidísimo porque mi outfit era el mismo: un pantalón negro y un saco beige. El estómago me brincaba de vez en cuando mientras iba caminando por la calle, cada vez más cerca del restaurante. Antes de que me pudiera ver, me detuve en seco. Ahí estaba, de pie a unos cuantos metros de la puerta, viendo su teléfono, y se veía tan guapo como en sus fotos. Respiré profundo y decidí que pasaría de largo, directo a la entrada del lugar, fingiendo que no lo había visto. Quería vivir un momento de película y estaba en mis manos agregarle drama a la situación.
Caminé con decisión hacia el pasillo que llevaba al restaurante, ignorándolo para dar la impresión de ser una mujer ocupada que no se distrae con muchachitos.
—¿Laura? —Escuché un acento francés detrás de mí y me volví.
—¿Claude?
—Sí, soy yo, ¡qué gusto conocerte!
Glosario:
*Go ahead: Adelante.
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