Capítulo II

Desperté sobresaltada, tratando de recuperar el aliento a bocanadas. La ansiedad me paralizaba después de haberme tenido dado vueltas en la cama toda la noche. Al ver la hora, pegué un salto y corrí al baño. Tenía que estar a las doce del día en el Centro donde estaría de voluntaria durante los siguientes dos meses. Me miré al espejo. Los ojos hinchados me delataban; ni siquiera una ducha había podido hacer nada por mi aspecto. Acepté que esa sería mi primera impresión. Empaqué mis cosas, entregué la tarjeta del hotel y seguí la ruta que me indicaba Google Maps.


Al llegar a mi destino, una cara sonriente me saludó.


—¡Bienvenida! Me llamo Micky. ¿Cómo te fue en el viaje? ¿Estás cansada? Siéntate.


La oficina era pequeña y colorida. Bajé mis maletas y me senté frente a Micky.


—Hola, Micky. Me llamo Lau. Estoy muy bien, gracias, emocionada de estar aquí. —Traté de enmascarar mis sentimientos y poner mi mejor sonrisa. Después de todo, estaba realmente contenta de haber recibido esta oportunidad.


—¡Nosotros también estamos encantados de tenerte aquí! Podemos hacer el check-in y después te puedes ir al piso a descansar si así lo deseas. ¿Acabas de llegar? Te acostumbrarás rápido a la diferencia de horario. —Seguro lo decía por mis ojos. Llevaba dos días llorando y me hacían parecer como si hubiera volado catorce horas sin pegar las pestañas ni una sola vez.


—Gracias. De hecho, llevo una semana aquí, llegué a París. —Mantuve mi respuesta seca; no quería recordar más.


—¡Ah, vale! Perfecto. Igual, si quieres descansar, te puedes ir al piso cuando desees. ¿Cuándo llegaste a Barcelona?


—Anoche. —No tenía ganas de dar más detalles, así que cambié el tema.— ¿Te puedo preguntar de dónde es tu acento? No creo haberlo escuchado antes.


—Bolivia. Soy boliviano y llevo ya un tiempo en España. Tú eres mexicana, ¿cierto? No te escucho el acento muy marcado.


—Soy mexicana, pero llevo cuatro años viviendo en Canadá y tengo una amiga ecuatoriana muy cercana. Mi acento se ha mezclado y ahora se burlan de mí cuando vuelvo a casa porque hablo "raro". Estoy segura de que después de dos meses aquí voy a acabar pescando algo del acento español.


—¡Y espera a que conozcas a todos en el centro! Tenemos voluntarios de toda Latinoamérica. Aquí vas a escuchar casi todos los acentos, menos el español.


El resto del día, Micky me mostró el centro, me entregó mis llaves del piso* y me presentó a todo el mundo. Eran demasiados nombres como para recordarlos todos pero me hicieron sentir bienvenida, y Micky tenía razón: aquí iba a escuchar todos los acentos de español habidos y por haber.


Era una sensación agridulce. Estaba feliz de estar de vuelta en una de mis ciudades favoritas del mundo, pero esta vez cargaba una historia muy distinta.


El año pasado había estado aquí por primera vez y, a pesar de que fueron escasas 24 horas, Barcelona significó un antes y un después en mi vida. Fue caminando por la Barceloneta, entre la música y el mar, que me di cuenta de que no era feliz con la vida que vivía. Veía a la gente en la calle y se veían tan vivos. Todos estaban felices de existir, parecían caminar con un aire de ligereza que me contagiaba a cada paso que daban. Esto era lo que yo quería sentir en mi vida.


Así que, abrazando esa sensación, volví a casa y me envalentoné para cambiarlo todo. El cambio más significativo fue el fin de mi matrimonio. Fue un proceso muy difícil del cual prefiero omitir los detalles, pero también fue el detonante en mi cambio de carrera. Canadá es un país caro y, al verme sola con todos los gastos, necesitaba una manera de generar un ingreso extra. Jamás imaginé que el proyecto en el que volqué todas mis horas libres con el fin de no derrumbarme, se terminaría convirtiendo en la clave que me permitiría conseguir lo que más anhelaba: mi libertad. Me había convertido en lo que siempre había soñado, una nómada digital que podía viajar por el mundo a su antojo.


Naturalmente, mi primer instinto fue volver a Barcelona, el lugar donde empezó todo. Qué dicha poder estar aquí de nuevo, bajo mis propios términos y durante el tiempo que yo quisiera.


Escogí hacer un voluntariado porque, después de haberme aislado durante nueve meses, mis sentidos ansiaban volver a conectar con personas. Era la oportunidad perfecta para integrarme en la comunidad que me había revivido. Pero esta vez también cargaba una nueva sombra que me acechaba en cuanto me quedaba sola.


Procuré mantenerme rodeada de personas y de entablar conversaciones para que me mantuvieran distraída. Funcionó y las horas pasaron rápido.


Al final del día las chicas con las que compartiría el piso me dijeron que era hora de irnos. Una de ellas, Ellen, me comentó que había preparado una cama para mí. Era una chica muy dulce, de apenas 19 años, pero con un semblante responsable que la hacía parecer un poco mayor. Seríamos siete chicas compartiendo un piso de cuatro cuartos y dos baños. Yo dormiría en una habitación compartida con una chica brasileña llamada Thais. Ella no hablaba tanto español, pero afortunadamente yo sabía suficiente portugués para poder comunicarnos.


Para llegar al piso había que tomar la línea azul del metro, o lo que es lo mismo, la línea cinco. La parada era Sagrada Familia. Al salir del subterráneo y volverla a ver, una sonrisa me llenó la cara. Me sentí en casa por un momento. Me detuve a contemplar la obra de arte que tenía frente a mí. Si nunca has visto la Sagrada Familia, déjame te cuento lo que se siente.


Si llegas en el metro, te bajarás en la parada Sagrada Familia. Hay tres salidas y no importa cuál escojas, al subir la escalera no vas a ver nada. Eso es porque la Sagrada Familia estará detrás de ti. Cuando te des la vuelta, la vas a ver. Una estructura imponente, surreal, más alta de lo que te imaginabas. Durante el tiempo que estuve aquí, logré ver las primeras impresiones de muchos turistas y hay una constante: incredulidad.


No sé qué me llamó más la atención la primera vez que la vi, si el pino decorado con palomas, las columnas inmensas o los ventanales multicolores, pero ahora, después de haberla visto una y otra vez, te puedo decir que mi parte favorita son las figuras de colores que parecen frutas. Las puedes ver en el frente de la basílica, en los picos de los ventanales del lado derecho.


Después de quedarme embobada durante unos minutos, agradeciendo poder estar de vuelta, salí de mi hipnosis y seguí a las chicas al piso. La terraza tenía una vista directa a la basílica. Sabía que pasaría muchas horas allí sentada contemplando uno de mis monumentos favoritos.


El día terminó tranquilo. Conocí a mi compañera de cuarto y supe que nos entenderíamos bien, después, cené con el resto de las chicas y me fui a dormir. Todo estaba bien hasta que me metí a la cama y, caída la noche, tumbada en la oscuridad, se me desbordaron las lágrimas otra vez. Lloré en silencio para no despertar a Thais. Tenía frío y no había mantas extras, así me tapé de nuevo con la chamarra y su aroma me golpeó como un látigo que te deja la piel escociendo. Mi respiración entrecortada me arrulló hasta que me dormí, solo para darme cuenta de que en mis sueños veía las luces rojas como un recuerdo vívido.

Glosario

Piso (ESPAÑA): Tipo de vivienda. Departamento, apartamento.

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