Capítulo VII

Desperté con el corazón destrozado, como si no hubiera pasado ni un día desde que aquel tren me había traído a Barcelona. Thais trató de no hacer ruido por la mañana al dejar la habitación, pero daba igual, había pasado el resto de la noche dando vueltas sin poder conciliar el sueño. El miedo de volver a ver las luces rojas me mantenía despierta.


Estaba muy confundida. ¿Por qué justo en el momento en el que, por fin, mis ojos lograban voltear a ver a alguien más, mi mente me jugaba tan sucio? Afortunadamente, esta noche tenía cita con Eva, mi terapeuta. Solo serían unas horas hasta que tendría oportunidad de desmenuzar mi cabeza en un espacio seguro.


El único problema sería sobrevivir a ese día sin desarmarme. Me levanté de la cama y me duché, esperando enjuagar su recuerdo, pero cada vez que cerraba los ojos, mi mente me llevaba de vuelta al mismo lugar.


Sería inútil describirte el día porque apenas recuerdo el viaje en el metro y las interacciones con la gente. Estaba en piloto automático, recordando cada detalle de mi historia con Elian, el chico de la discoteca.


Entre Elian y yo existía una química explosiva. Nos habíamos conocido de forma inesperada hacía algunos meses. En ese momento, yo me había ofrecido como voluntaria para prestar una mano en un evento que habría en mi ciudad. También llevaba algunos meses tratando de levantar mi negocio en las redes sociales y, aunque aún no había tenido mucho éxito, me asignaron apoyar el área de comunicación y redes sociales.


El comité del evento se reunía de vez en cuando, en distintos restaurantes de la ciudad. Asistía a las reuniones después de salir de mi trabajo de oficina o los fines de semana, por las mañanas. Este grupo resultó ser exactamente lo que necesitaba en mi vida. Después de mi divorcio, no era conocida precisamente por socializar, pero gracias a ellos salí de mi zona de confort.


Una de mis tareas había sido confirmar a los asistentes con anticipación. Un mes antes de la fecha del evento envié el correo de asistencia y empecé a recibir respuestas.

Quiero admitir que me siento muy tonta escribiendo esto, pero la historia estaría incompleta sin incluir los detalles que me hicieron perder la cabeza por él por completo.


No puedo siquiera describir lo que sentí al ver su foto por primera vez en ese circulito pequeño que te deja ver el correo. Fue como si la gravedad hubiera desaparecido durante un segundo y nadie lo hubiera notado más que yo. El flechazo fue instantáneo y, al mismo tiempo, me sentía completamente estúpida por sentirme atraída a este tipo que ni siquiera conocía y el día anterior no sabía que existía. Contesté a sus preguntas de manera profesional. Quería saber acerca del clima, por supuesto. Canadá tiene la reputación de ser un congelador y, aunque el evento fuera en septiembre, es bueno cargar un abrigo grueso.


Hubo algunos otros correos de ida y vuelta, pero lo realmente importante sucedió la primera vez que escuché su voz. Como es la vida, Elian era el encargado de comunicación en su empresa y vendría con el equipo a representar la marca de vinos para la que trabajaba. Esto significaba que le tocaría apoyarse en mí y en Harry, el supervisor de redes sociales del evento.


Elian tenía algunas preguntas y propuestas, así que sugirió llamarme, lo cual acepté. Me mataba la curiosidad de escuchar la voz del extraño que se había instalado en mi cabeza en las últimas dos semanas.


En cuanto contesté el teléfono y escuché su voz tan brillante, me congelé.
—Hello? Is this Laura? —Elian pronunció mi nombre en español, así como lo digo yo.
—Yes. Hi. Do you speak Spanish?
—Eh, vale, que sí hablo. ¿Que tú hablas también?


Acento español, vaya sorpresa. Ya me gustaba más de lo que hubiera imaginado.
—Sí, soy mexicana y hablo español —me reí un poco nerviosa—. ¿Cómo estás? Podemos continuar la llamada así, a menos que prefieras hacerlo en inglés.
—No, qué va, tía. Qué guay que seas mexicana, esto me emociona aún más todavía.


Los siguientes 25 minutos hablamos y reímos en el teléfono como si fuéramos viejos amigos que se ponían al día. Entendía perfectamente su visión y él le seguía el ritmo a todas mis ideas. Creamos un plan de trabajo emocionante y nos dividimos tareas para hacerlo funcionar. Al terminar la llamada y cortar la línea, lo único que pude pensar fue: “¿QUÉ ACABA DE PASAR?”


Durante la llamada, el mundo se había difuminado y Elian había absorbido toda mi atención. Ni siquiera me di cuenta de que Harry me miraba desde la esquina de la mesa, intrigado por saber quién estaba al otro lado de la línea. Poco sabía en ese momento que Elian tenía este efecto sobre las personas, y que eso que había pasado sucedería una y otra vez, con cualquiera que estuviera a su alrededor.


Volví a la realidad y Harry me habló en inglés.
—Te escuchabas muy contenta. ¿Has hecho un nuevo amigo?
—Creo que te va a caer muy bien este chico. Tiene ideas muy frescas y muy buena vibra.
—Pues ya veremos, pero confío en tu opinión. Solo un par de semanas más y estarán todos aquí. ¿Revisaste el correo de los italianos? Quieren saber si les podemos acomodar una segunda mesa.
—Lo haré ahora. Creo que aún tenemos tres disponibles.


Las dos semanas siguientes se sintieron como una emoción creciente. Elian y yo intercambiamos unos cuantos mensajes y hablamos otro par de veces. La última vez que me llamó, lo hizo para hacerme una broma.


—Eh, Laura, ¿cómo estás? Tía, te llamo para decirte que se han cancelado todos los vuelos desde Francia y no podremos ir más.


El corazón se me cayó al piso cuando escuché sus palabras.

—Pero... ¿pero cómo pasó eso? —Apenas podía articular palabra y de repente estalló en risas.

—Perdona, que no he podido evitarlo. Eh, no, que te hablo para corregir la hora de llegada de los vuelos, que la he puesto mal.

—No hagas eso —me reí, aliviada—. Me asustaste, ya está todo preparado y cancelar sería un dolor de cabeza para mí. ¿Cuál es la hora que tengo que cambiar?


Finalmente llegó el fin de semana del evento. Ese viernes me fui de la oficina de mi trabajo justo a mi hora de salida. Por lo general, los días que no tenía reunión con el comité, me quedaba más tiempo a terminar pendientes, pero esta vez sabía que vería a Elian en la cena de inauguración. En la mañana me había enviado un mensaje para decirme que habían abordado y estaban en camino.


Me fui directo a casa a ducharme y arreglarme para la cena. Puse música mientras lo hacía. Me moría por enviarle un mensaje y decirle que estaba muy emocionada por conocerlo en persona, pero no lo hice. En mi corazón, verlo se sentía como reencontrarme con alguien a quien había echado de menos.


Al conducir hacia el lugar del evento, el estómago me saltaba como si estuviera a punto de salirse. Mi sonrisa se había vuelto permanente y sentía una energía eléctrica que me hacía querer salir corriendo. La adrenalina estaba a tope, pero tenía que calmarme porque había que hacer el registro de todos los participantes, al igual que darles la bienvenida. Lo único que quería era ver a Elian y sentarme a hablar con él toda la noche, más esto tendría que esperar.


Al llegar al hotel donde sería la convención, saludé a Harry y al resto del equipo. Pasamos al salón y nos instalamos. Ahora solo era cuestión de tiempo.


Por supuesto, me ofrecí para cubrir la mesa de registro para participantes. Quería estar ahí, al pendiente de cada persona que entrara por la puerta. A pesar de no haberlo visto antes en persona, había visto su cara una y otra vez en fotos. Él me había agregado a Instagram y yo había podido ver un poco más acerca de su vida. Tenía memorizada la forma de su sonrisa y sus tatuajes en el brazo derecho. Estaba segura de que podría reconocerlo a lo lejos, aunque no estuviera utilizando mis lentes. Este chico que se había colado en mi mente me hacía sentir cosas que no tenían lógica ni explicación.


Las personas fueron llegando y las recibí con una sonrisa. Conocía el nombre de la mayoría; después de todo, era yo quien había confirmado su asistencia y mantenido comunicación constante con ellos, aunque en realidad solo había un participante que me importaba en ese momento. El tiempo se empezó a sentir chicloso, como si se extendiera y contrajera de maneras inesperadas hasta que, de pronto, escuché una risa familiar en el pasillo que provocó un chute de adrenalina por todo mi cuerpo. Elian estaba aquí.


De repente, se me olvidó el inglés, el español y hasta cómo comportarme como un ser humano normal. Harry debió de haber advertido el pánico en mi mirada porque acudió a mi rescate justo cuando entró el grupo por la puerta. Eran tres hombres y una mujer. La mujer entró primero; tenía un porte elegante y una cara agradable. Dos de los hombres se veían entrados en años, bailando entre el final de los cincuentas y el inicio de los sesenta. El otro era Elian. Yo estaba muda.

—¿Laura?


Me quedé en shock. Era mucho más guapo en persona de lo que había esperado.

—Eh… —Un sonido ridículo, como de una tortuga asmática, salió de mi boca. Me quería esconder debajo de la mesa hasta recordar cómo utilizar mi voz.

—¡Joder, tía! Pero qué gusto conocerte.

Se acercó a darme un beso doble y su aroma exquisito inundó mi cerebro. Ya estaba, no había batalla que pelear. Yo estaba perdida.

—Hola, Elian, qué gusto igualmente. ¿Cómo les fue de vuelo? ¿Llegaron muy cansados?


Salí de mi trance y de pronto podía hablar de nuevo.

—El jetlag nos ha cogido por sorpresa, pero he tomado varias siestas, así que estoy listo para pasarla bien esta noche. Vaya frío que hace, eh. Al salir del aeropuerto el viento me ha congelado los huesos —me contestó con una sonrisa encantadora.

—Bienvenido a Canadá —le guiñé el ojo.


¡¿Le guiñé el ojo?! ¿En qué estaba pensando? Por Dios, ¡¿qué me pasa?! Elian volteó a ver a sus compañeros y les dijo algo en francés. Se escucharon unas risas y me sentí avergonzada. ¿Acaso les había dicho que estaba coqueteando con él? ¿De verdad había sido tan obvia? No habían pasado ni dos minutos y ya estaba pasando vergüenzas.


Se volvió hacia mí y me dijo:

—Te veo en un rato, ¿vale? Podemos tomarnos algo y charlar.

Para mi sorpresa, me guiñó el ojo con una sonrisa antes de darse la vuelta y alejarse de la mesa de bienvenida. Mis ojos lo siguieron por el salón como si estuvieran pegados a él.


Harry aclaró su garganta y volteé a verlo.

—¿Así que él es Elian?

Dejé que mi silencio contestara su pregunta. La expresión en mi cara era suficiente.

—Interesante —suspiró—. Me siento con el deber de recordarte que debemos mantenernos profesionales, pero confío en ti. Has hecho un excelente trabajo hasta ahora; por favor, mantenlo así.


El tono solemne de Harry era claro: no más coqueteos, no más guiños, no más quedarme sin palabras.

—Gracias, Harry. Eso haré.


Media hora después, el resto de los participantes habían llegado y todos estaban registrados. Harry y yo nos fuimos a sentar a nuestra mesa para escuchar el discurso de bienvenida. Traté de no ser muy obvia, pero me senté justo en dirección a Elian. Se veía guapísimo con su saco azul marino y sus ojos verde esmeralda. Tenía a todos en su mesa con la mirada puesta en él, como si estuvieran hipnotizados. Se reían, trataban de hablarle, incluso una chica le tocó el brazo mientras reía. Sentí un hervor en la sangre que hacía años no experimentaba: celos. Fue tan inesperado que no podía creerlo. ¿Acababa de conocer al tipo en persona hacía menos de una hora y estaba celosa de una desconocida?


Empezó el discurso y yo traté de poner atención, pero mis ojos volvían hacia Elian como si se tratara de un imán hasta que nuestras miradas se cruzaron. Me sonrió de lejos y bajó la mirada. Me ruboricé; seguramente pensaría que estaba loca y se incomodaría, pero de pronto sentí mi teléfono vibrar.


“No puedo dejar de mirarte.”


Me quedé viendo mi teléfono en shock mientras el tiempo colapsaba. Cerré WhatsApp y lo volví a abrir. ¿Seguro me había confundido y ese mensaje decía “Deja de mirarme”?


Al abrir la aplicación tenía un nuevo mensaje:


“¿A qué hora termina de hablar este tío? Te veo en la barra para tomarnos algo.”


¿¡QUÉ!? ¿Me estaba mandando esos mensajes a mí? Mis ojos se quedaron trabados en la pantalla. Me daba miedo levantar la mirada, pero lo hice y su sonrisa me dejó sin aliento. Me estaba viendo directamente, esperando una respuesta.


Le escribí temblando:


“Ya casi termina el discurso. Nos vemos en la barra.”


En cuanto terminó el discurso, la sala estalló en aplausos. Sabía que venía la cena, pero me paré y le pregunté a mi mesa si necesitaban algo. Me ignoraron porque estaban distraídos, así que aproveché para dirigirme a la barra.


Elian me esperaba con un par de copas.

—No sé si tomas vino rojo o blanco, así que pedí mis favoritos para que los pruebes y escojas.

—Por lo general tomo whiskey, pero si son tus favoritos deben ser buenos. Después de todo, trabajas en un viñedo, ¿no?

—Mi gusto es exquisito, cariño —me dijo mientras me tendía las copas con la mirada fija en mí.


Acabé escogiendo el vino blanco, ya que era mucho más suave que el rojo. Elian me explicó la composición de los vinos que había escogido. Escucharlo hablar era una delicia; su acento español mezclado con notas de francés me hacía sentir que me derretía. Noté que el chico de la barra se había quedado cerca, como si estuviera escuchando la conversación, aunque no entendiera ni una palabra de castellano. Era extraño: Elian desprendía una energía magnética. Parecía que todo gravitaba en torno a él, como si fuera el sol. Terminamos nuestra copa y, en cuanto volteamos a la barra, vimos que habían dejado otras dos copas llenas.


Elian le agradeció al chico, pero le dijo que esta vez sería un vino y un whiskey.

—¿Qué tomas? —me preguntó con su tono carismático.

—Depende de la selección. Si hay Jack Daniels, eso quiero.

—Para ti, lo que pidas.


Se volteó hacia el chico justo en el momento en que me ruborizaba. ¿Estaba coqueteando? ¿Era real esto que estaba sucediendo? ¿Cómo me estaba pasando esto en este momento? Decidí hacer lo correcto y mantenerme profesional todo el fin de semana y mantener distancia entre nosotros, pero entonces sucedió: se acercó a mí para darme mi bebida y me pidió, con unos ojos que no pude resistir, que nos reuniéramos después de la cena para discutir cómo trabajaríamos durante la convención. Inmediatamente dije que sí. Sabía que la respuesta debía haber sido no. Sabía que era riesgoso e incorrecto, pero ¿un momento a solas con él? Estaba dispuesta a arriesgar mucho por eso.


Regresamos a nuestra mesa y la cena transcurrió sin incidentes. Después de la cena había dos horas con actividades planeadas como rompehielos. El ritmo de la música cambió y nos movimos hacia el otro lado del salón, donde habían acomodado unas cuantas mesas estilo lounge para relajar la atmósfera.


Acompañé a Harry a preguntarle a todos los invitados cómo había estado la cena y a hacerles saber que, si necesitaban algo durante su estancia, nosotros éramos las personas que los podíamos ayudar. El último grupo fue el viñedo de Narbona. No sé si Harry lo hizo adrede para que el tiempo se acabara y mantenerme alejada de Elian, pero en realidad lo que hizo fue entregarme en bandeja de plata. Terminada la conversación formal, Elian me preguntó dónde podía encontrar un baño. Le apunté hacia la dirección correcta, pero me hizo un gesto con las cejas para que lo siguiera hacia la barra.

—Bueno, ¿dónde podemos hablar tranquilos? Tengo algo que mostrarte, pero debo ir por mi ordenador. —El brillo de sus ojos me provocaba una emoción expectante.

—Te puedo ver en el café del lobby. A esta hora está cerrado, pero seguro nos dejan usar una mesa.

—Vale. Dame diez minutos y nos vemos allí. —Tocó mi brazo al irse y su tacto provocó una revolución en mí.


¿Quién demonios era este tipo que se había aparecido de la nada y ahora me tenía aquí perdiendo control de todos mis impulsos? Desde mi separación no había sentido interés en absolutamente nadie. Me podían voltear a ver en la calle y a mí me daba exactamente igual. Incluso en una ocasión fingí que no hablaba inglés y que era lesbiana con tal de evitar darle mi número a un muchacho. De pronto aparecía Elian y me hacía perder la cordura. ¿Cuál era el plan? ¿Enamorarme de este desconocido e irme a vivir al sur de Francia? ¿Tener una relación a distancia? ¿O tal vez estaba soñando que él venía a Canadá y vivíamos felices para siempre?
¿Qué rayos estaba pasando? ¿Por qué tenía la sensación de que esta fuera una reunión esperada y por fin recordaba cómo se sentía la felicidad? De pronto mi mente se había acelerado y pensar en él se sentía natural, como si siempre hubiera estado allí.


Salí del salón disimuladamente, esperando que Harry no notara mi ausencia, y llegué al café. No había nadie, pero igual le avisé al chico de la recepción que tomaríamos una mesa. Me dijo que no había problema y, cuando llegué, Elian me esperaba sentado en la cafetería a media luz.


—Ven, siéntate conmigo, tía. Esto es lo que necesito hacer para el viñedo.


Me mostró un video y unas cuantas fotografías. Se veía que estaban invirtiendo en crear una buena reputación de la empresa a nivel global. Las fotos parecían tomadas en distintos lugares del mundo. Él empezó a enlistar distintos países. Mencionó a casi toda Europa, algunos países de Latinoamérica e incluso algunos de Asia.


—Así que si me puedes llevar a un buen sitio para sacar fotografías a los vinos sería muy guay.
—Me encanta tu trabajo, lo haces muy bien.
—Gracias, la verdad que esto me ha apasionado desde niño. Mi padre es fotógrafo de profesión, así que crecí con la cámara en la mano. Tú me has dicho que te dedicas a las redes sociales, ¿que haces videos como si fueses influencer?
—No precisamente, creo contenido educativo para vender productos o servicios en línea.
—¿Y tienes clientes o lo haces para ti misma?
—Lo hago para mí misma, apenas voy empezando. En realidad soy ingeniera y tengo un trabajo de oficina. No tan glamoroso como el tuyo, pero también me han dado la oportunidad de viajar.
—Ah, vale. ¿Y dónde has estado? Hasta ahora mi lugar favorito ha sido Indonesia. Volvería allí sin pensarlo.
—Estuve en Tailandia durante un mes y, más recientemente, en España, donde me enamoré de Barcelona.
—¡Joder, qué guay! Mi madre es de Barcelona; por ella es por quien hablo castellano y también catalán.


Empezamos a hablar de todo y nada. Me fascinó escucharlo y que él estuviera tan interesado en escucharme. Era como hablar con alguien que por fin me entendía. Sin ningún esfuerzo, la conversación fluía y coincidíamos en ideas como si nos estuviéramos leyendo la mente.


—A todo esto, ni siquiera sé qué edad tienes —le pregunté intrigada. Esto podría salvarme y mantener la relación meramente profesional. Elian se veía joven y, si era menor que yo, inmediatamente marcaría mi distancia.
—Tengo 28 años, cumplo 29 en noviembre.
—No puede ser, yo también cumplo 29 en noviembre —me reí. Ahí iba mi última esperanza.
—¡Joder, tía! Es que estamos conectados. ¿Qué día?
—El 26 de noviembre, ¿y tú?
—El día 13. Dicen que es el día de la mala suerte, pero creo que estar aquí contigo prueba lo contrario —dijo al mismo tiempo que ponía su mano en mi rodilla.


No nos dimos cuenta, pero durante la conversación nos habíamos acercado mucho más de lo que una relación laboral requiere. Al voltear mi cara para verlo, quedamos a centímetros el uno del otro. Nos congelamos ahí unos segundos sin saber cómo reaccionar, hasta que la realidad nos trajo de vuelta.


—Creo que es hora de volver a la cena antes de que nos extrañen —le dije aún sin moverme.
—Vale, iré a dejar mi ordenador y te veo allí. No te vayas a ir sin despedirte de mí. —Se acercó un centímetro más y, aunque mi mente gritaba que lo besara, no podía decepcionar a Harry, así que sonreí y bajé la mirada.


Me fui directa al baño para tratar de calmarme. Estaba temblando como chihuahua espantado; sin embargo, me sentía poderosa. Quería gritar, bailar, correr, todo al mismo tiempo. La conversación había sido tan estimulante que era como si de pronto mi vida hubiera cobrado sentido de nuevo. Me había inyectado una emoción desbordante sobre mi proyecto personal. Sentía que sí podría ser la persona que vivía de las redes sociales, viajaba por el mundo y hacía lo que quisiera con su tiempo. Su voz había borrado las dudas en mi mente al aplaudir mis ideas y entender mi visión. Quería más y más de su energía. Podríamos conversar por días y los temas jamás acabarían.


Salí del baño en cuanto logré contenerme y caminé hacia el salón. En cuanto entré, sus ojos me encontraron. Nunca antes había tenido una conversación entera en una mirada. En este momento aún no tenía idea de que ese fin de semana cambiaría mi química cerebral por completo.


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